Aunque no suene futurista o actual, o moderno o simplemente chic, en realidad la bicicleta lleva mucho tiempo entre nosotros. En esta piel de toro en la que vivimos, la bicicleta era una parte esencial de la vida cotidiana de los ciudadanos allá por principios del siglo XX. Como hoy en día con el vehículo de motor, existían clases que se diferenciaban por la calidad del modelo que lucían en sus desplazamientos. La mayor parte de la flota de bicicletas de los ciudadanos eran tan pesadas como frágiles, en su mayoría mestizas, fruto de composiciones entre varios modelos. Ahora se llamaría reciclaje, por aquel entonces se llamaba necesidad. Había las clases medias, que incluso disponian de vehículo de empresa, bicicletas negras con su matrícula, que daban al usuario un estatus social sobre el simple obrero. Tambien las entidades públicas disponían de este tipo de vehículo, aunque no me ha sido posible documentarlo y por tanto no puedo asegurar la certidumbre de esta afirmación. Los biciclos más humildes, usaban la suela del zapato como freno en la mayoría de los casos y el nexo común característico para todos los ciclistas era la pinza en el pernera del pantalón, para evitar la necesaria grasa de la cadena. Puede decirse que la bicicleta era el medio de locomoción de la España de los 30. No fue hasta dos decadas despues, cuando el uso masivo de la misma entró en la zona de interés de las entidades públicas, en especial los ayuntamientos, que comenzarón a estudiar medios para su control, y sobre todo, para obtener ingresos de las mismas. Así nació las placas de identificación de las bicicletas. Pequeñas chaspas metálicas que se instalaban, normalmente, en la parte frontal de la bici, numeradas y que identificaban al usuario de la misma... por una módica, o no tanto, cantidad de dinero, generalmente de caracter anual. Las tasas se hacen más homogéneas a mediados del siglo XX, cambiando de denominación en la segunda mitad de arbitrio sobre carruajes y velocípedos a tasa de estacionamiento y denominandose impuesto de la circulación, (esta terminología ya parece moderna) a mediados de los 60. Existián tambien en algunos municipios una especie de peaje para las bicicletas foraneas, que imponián una tasa para entrar en las ciudades, principalmente.
Cuando eso sucede, el sentido del civismo se vuelve obligatorio e intentar saltarse las normas, equivale a la posibilidad de tener que responder por ello. Como la mayoría de los conductores de vehículos, su único deseo es llegar a casa a una hora en la que poder ver a sus hijos, a cenar o a ver la tele, no salen para derrapar, chirriar en cada curva, etc. Pero aquel que lo hace tiene la bonita posibilidad de que alguien lo identifique por su matrícula y reciba una grata certificación escrita de su acción.
Como es fácil de entender, la tipología de vehículo de desplazamiento no implica un cambio en la personalidad del individuo, de modo que su forma de actuar no esta condicionda con lo que el sujeto se mueve, y por tanto, si se le exime de un modo de identificación por parte de un tercero, se traslada al anonimato sus acciones... y eso no tiene nada de agradable para el perjudicado.
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AuthorDesde 1995, estoy profesionalmente involucrado en la Gestión del Tráfico. He convivido con dos generaciones de Ingenieros de Tráfico y he vivido en primera persona la evolución, en el entorno urbano, de la idea conceptual, a la moda ideológica. Plasmó aqui algunas y sus resultados. Archives
Marzo 2023
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